LA FORMACIÓN DEL COLOCADOR

escribe:  Ana María Vidal Bouza y Borja González Vicente

La formación del colocador

_dsc3197Quizás por el hecho de haber sido colocadores durante la mayor parte de nuestra vida deportiva hay una pregunta que, hoy en día, nos hacen en multitud de ocasiones:
¿cómo se forma a un colocador?
Muchas de las personas que buscan respuesta a esta cuestión quieren una solución para convertir, en el menor tiempo posible, a un jugador joven y sin experiencia, en un verdadero “colocador”. Sin embargo, ¿qué significa esto? ¿existe verdaderamente una fórmula mágica que pueda convertir a cualquier jugador en colocador o existe cierta predisposición en algunos jugadores para tener más éxito en este rol fundamental en el voleibol?
Analizando los muchos años de trabajo con diferentes entrenadores, con innumerables ejercicios e infinitas repeticiones del mismo gesto, nos damos cuenta de que ninguno de ellos es perfecto. No hay un manual o una rutina que pueda transformar a un jugador determinado en el colocador y hemos visto muchos casos a lo largo de este tiempo de entrenadores que han fracasado en su intento de formar al colocador ideal. La pregunta es ¿cuál es el problema?
El puesto de colocador es quizás el que más quebraderos de cabeza puede generar al entrenador que, con jugadores de edades tempranas, analizará su grupo en busca del deportista adecuado para ocupar ese puesto de una manera satisfactoria. Sin embargo, ¿qué es lo que debemos buscar?
Algunos entrenadores se centran en formar un jugador alto, fuerte en bloqueo o con gran potencial ofensivo, al que todo el mundo prestará atención intentando evitar sus fintas. Este tipo de entrenador piensa directamente en el alto rendimiento, buscando alguien de futuro que pueda adaptarse a las exigencias del máximo nivel y cree firmemente que se puede formar un jugador para este puesto desde la nada, siempre y cuando sus condiciones físicas sean adecuadas.DSC_0036
Otros casos, bastante habituales, son aquellos que otorgan más importancia al ataque y utilizan a los jugadores con menos capacidades para ello (normalmente por su limitación de altura) como colocadores o líberos, de manera que los que mejor toque de dedos tengan, serán colocadores, y los otros, líberos. Estos entrenadores buscan un “levanta balones” y no un verdadero director de juego. De esta manera, se matan dos pájaros de un tiro: se consigue un colocador y se da salida a los jugadores con menos potencial ofensivo.
También nos encontramos con entrenadores que buscan para el puesto un jugador listo, con aptitudes para el liderazgo, pero que no destaca en otra posición de manera especial. Este caso que, a priori, podría tener posibilidades, en muchas ocasiones no se trabaja de manera adecuada, lo que puede llegar a generar una falta de interés en el jugador, al ocupar una posición que puede que no sea excesivamente motivante si no le damos la importancia que merece, por lo que acabará estancándose o incluso abandonando.
Estos son algunos ejemplos de casos que se dan. Puede que parezcamos drásticos en estas descripciones, pero a veces es lo que realmente pasa y, sin embargo, en muchos de ellos no se nos ocurre plantear al jugador o jugadora de turno una pregunta esencial: ¿Te gustaría ser el colocador?
Imponer un puesto como este a un deportista puede ser un problema. Si pretendemos formar un jugador con continuidad (y con esto no sólo nos referimos a llegar al alto nivel) es importante conseguir que éste acepte el rol que le corresponde. En un caso como el colocador, cuya complejidad y responsabilidad en el campo es fundamental, es necesario que nuestro jugador tenga una formación continuada para su correcto desarrollo. En categorías inferiores, les guste o no a los entrenadores, es difícil que un joven tome la decisión de entrenar en esta posición. Necesitará una especialización temprana y diferenciada y será el único que no ataque, en una época donde lo que les llamará la atención del deporte será precisamente el remate.
Si impongo a un jugador el puesto de colocador, sin que comprenda y acepte la responsabilidad que implica y las dificultades que puede ocasionar, es probable que perdamos a este deportista, por mucho potencial que tenga. Por esta razón, nosotros le damos mucha importancia, a la hora de escoger, al hecho de que el jugador muestre una cierta predisposición a jugar en este puesto, especialmente cuanto más joven sea.
Hay una frase muy conocida que dice “si el partido se gana, es gracias al rematador, y si el partido se pierde, es por culpa del colocador”. Esta afirmación resulta bastante dura, pero refleja bastante bien la problemática de esta posición. El colocador tiene la responsabilidad de distribuir el juego con precisión y tomando las decisiones adecuadas, pero no finaliza los puntos. Es el rematador el que anota tras cada acción y el que “gana el partido”. Sin embargo, es muy frecuente que, ante un error del atacante, éste achaque la culpa de la misma a una mala colocación o una mala elección de distribución del juego del colocador. En este sentido, la presión es muy elevada, pues todos los balones pasarán por sus manos durante el partido.12001772_10207833808906837_1996290854_o
Por esta razón, un elemento que creemos fundamental en la formación de los jugadores es “la educación de nuestros atacantes“.  Su trabajo debe ser corregir aquellos armados menos precisos. No existe la “mala colocación”. El trabajo del rematador es solucionar el problema de la mejor manera posible y trabajar “con” su compañero para mejorar en el futuro. Debemos corregir la actitud del atacante que cree que sus fallos sólo se deben a un error previo y nunca propio. Es parte esencial para formar un colocador seguro y fiable y, a la vez, no formar rematadores que “abusen” del mismo. Por lo tanto, hablar de la formación del colocador también conlleva la formación del resto del equipo.
Ya hemos hablado de varios aspectos fundamentales dentro de lo que es la formación del colocador: la elección del mismo y la educación del equipo. Sin embargo, aún no hemos entrado en aspectos técnicos concretos: no hemos hablado del toque de dedos. Existen infinitos ejercicios para mejorar esta técnica, sin embargo, todo queremos la respuesta que responda a cómo aprendieron a tocar de dedos los mejores colocadores del mundo. Seguro que ellos han tenido que contestar a esa pregunta muchas veces, pero la respuesta no es tan sencilla. Algunos de ellos han conseguido una técnica depurada y una gran precisión a base de muchas horas de trabajo y repetición, pero también nos encontramos con algunos casos entre los mejores que, con una técnica no tan “de manual”, son capaces de dominar el balón de manera sorprendente.
Otro aspecto fundamental del colocador, que diferencia a los mejores jugadores del mundo, es la visión y dirección del juego. Quizás se trate de un aspecto más táctico y que no se puede trabajar con los jugadores más jóvenes, sin embargo, al igual que ocurre con el toque de dedos, también nos podemos encontrar con algún deportista con una visión de juego innata, claramente superior a los demás. Por supuesto que existen ejercicios con los que podemos entrenar y mejorar este aspecto, pero algunos casos requerirán mucho más tiempo y dedicación que otros en los que esa capacidad está desarrollada de forma natural.
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Foto: Diego Rodríguez
Evidentemente si tenemos la suerte de encontrar un jugador con un gran toque de dedos, la capacidad de dirigir al equipo y la visión de juego, sumado a las condiciones físicas adecuadas, habremos encontrado el deportista ideal, con el potencial de llegar a lo más alto pero ¿qué posibilidades reales tenemos de que esto ocurra? Seguramente menos que de que nos toque la lotería. Por lo tanto, ¿qué pasa si nuestro colocador no tiene esos “dones”? Evidentemente estamos hablando de casos muy excepcionales que, en muy raras ocasiones nos vamos a encontrar (quizás nunca). Por esta razón, debemos trabajar de forma realista. No podemos comparar a todos nuestros jugadores con “el mejor del mundo”. Cada jugador es un caso diferente, no debemos tratar de convertirlo en un modelo determinado. Debemos conocerlo y responder a sus necesidades para intentar hacer de él o ella el mejor posible. Aquí es donde verdaderamente entra el trabajo del entrenador: saber encontrar las carencias y ofrecer soluciones para las mismas. No reproduciendo un modelo de trabajo, sino creando una rutina propia que se ajuste a nuestro caso.
En último lugar, hay que hablar de las etapas en la formación del colocador. Partamos de la idea de que ya tenemos un deportista que cumple las condiciones necesarias para ocupar este puesto. Ahora deberemos comenzar a trabajar para convertirlo en el mejor jugador posible. Para ello, un detalle fundamental será el ser coherentes con la edad de nuestro grupo. Como decíamos anteriormente, no se trata de reproducir modelos de juego de otros equipos, sino de crear un modelo propio. Es un error muy frecuente trabajar con jugadores de base pensando en la élite, es decir, entrenar a un equipo sub 15 como si se tratara de la selección senior de Brasil (por poner un ejemplo). En primer lugar, nuestros jugadores no están todavía desarrollados ni física ni mentalmente para imitar un sistema de juego tan complejo. Por otro lado, por muy buenos que sean, tampoco tienen el volumen de trabajo y de entrenamientos que tiene una selección como Brasil. Y, por último, tampoco contamos con el mismo tipo de deportistas. Por estas razones (y seguramente alguna más), no podemos ver en ellos un modelo a imitar en nuestro equipo. Y ¿a dónde queremos llegar con esta afirmación? Especialmente en los últimos años, existe una tendencia a la aceleración del juego en los equipos de formación: ataques de balones muy rápidos que requieren una gran precisión y una elevada coordinación entre el colocador y el rematador. Este tipo de juego, en determinadas categorías, va en detrimento de la calidad. El hecho de que los mejores equipos del mundo jueguen rápido no significa que nuestro colocador en formación tenga que jugar igual. Si vamos paso a paso, comenzando por la buena técnica y continuando con la precisión en diferentes balones y a diferentes zonas, podremos comenzar a incorporar aspectos más complejos de juego táctico (velocidad, combinaciones, etc.). La formación de nuestros deportistas debe ser como la construcción de una pirámide. Primero hay que sentar unas bases anchas, partiendo de lo sencillo, para llegar a lo más complejo, en la punta de nuestra pirámide. Si pretendemos comenzar con lo más difícil, estaremos construyendo desde la inestabilidad lo que llevará a la formación de un deportista mucho más irregular y con menor calidad.

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