Con esta entrada queremos hablar sobre un aspecto que condiciona notablemente el funcionamiento del equipo y que, probablemente, sea uno de los más complejos de desarrollar y optimizar, pero que resulta fundamental tanto en el entrenamiento como en la competición: la comunicación entrenador – jugador.
Un buen entrenador, además de tener los conocimientos necesarios para identificar y responder a las necesidades del equipo y encontrar soluciones ante las diferentes problemáticas y dificultades que pueden surgir durante una temporada, debe ser capaz de llegar a los jugadores y de transmitirles la información y conocimientos necesarios de manera concisa, sencilla y, sobre todo, comprensible. Es decir, el entrenador debe ser un buen comunicador, pues de ello depende que los jugadores entiendan la información que transmite.
Es importante asegurarse de que el mensaje emitido y el mensaje recibido son los mismos, pues los malentendidos pueden llegar a suponer un problema ya sea a largo como a corto plazo. Especialmente cuando jugadores y entrenadores proceden de entornos diferentes (distinta cultura, distinto idioma, etc.), es importante no dar por hecho que se ha comprendido correctamente el mensaje y, en caso de que esto no suceda, es fundamental solucionar cualquier posible malentendido para que no derive hacia un problema.
Del mismo modo, el entrenador debe ser una persona capaz de empatizar con la gente con la que trabaja, ya que muchas veces se verá en la necesidad de resolver problemas y manejar un grupo de personas con personalidades muy diferentes con las que tendrá que establecer una conexión y a las cuales deberá entender lo mejor posible. De ahí que su labor pueda acercarse a veces a la de un psicólogo, padre o confidente para poder sacar lo máximo de sus equipos. Por ello, será muy necesario una comunicación fluida y constante con la gente de su entorno.
Mientras que en categorías superiores la labor de comunicador será parte fundamental del trabajo del entrenador, en las categorías inferiores el aspecto psicológico cobra más importancia que los aspectos técnicos-tácticos o los datos estadísticos.
En los niveles de formación se presta más atención al propio equipo que al rival y los aspectos anímicos y la confianza que se transmite a los jugadores se muestran casi más relevantes que el trabajo más relacionado con el voleibol. Los jugadores, todavía en desarrollo, tendrán errores relacionados con su edad e inexperiencia en competición, de ahí que el entrenador deba basar su comunicación en los aspectos motivadores y en la mejora de la técnica de ejecución.
En las categorías superiores, sin embargo, hay que dar un paso más como entrenadores. También la comunicación entrenador – jugador debe ser constante, pero prima menos el aspecto psicológico que el de informador. Según el nivel de los equipos podemos centrarnos más en aspectos técnicos y tácticos de nuestro propios jugadores o bien, ya en la élite, basar nuestra comunicación en estudios del rival y cómo modificar nuestro juego con respecto al mismo.
De todas maneras, entender en qué momento dar el paso de una comunicación más orientada hacia el jugador a una comunicación orientada hacia el rival y la competición, es clave para que el desarrollo de los jugadores sea completo. Un entrenador de base no debe tratar de dar una excesiva información sobre el oponente a jugadores que no están suficientemente formados a nivel técnico o táctico. El deportista que todavía debe prestar atención a su correcta ejecución técnica tendrá una capacidad muy limitada para responder a instrucciones sobre estrategia frente al rival.
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